viernes, 12 de diciembre de 2014

Lentes


    Ya van cuatro años desde el momento en que recibí mi primer par de lentes (¿está bien escrito en plural?) a pesar de mi constante lucha con mi familia intentando convencerlos de ¡Pero si yo veo bien, no tengo ningún problema!, un proceso que llevó tiempo antes de que me llevaran por obligación a revisión y claramente percibiera el mundo como realmente es.

Desde entonces estos han sido parte de mi vida diaria, siendo mi artículo fundamental, se convirtieron en la pauta para vestir adecuadamente y quienes me entregan el aire intelectual que tanto me agrada emitir; mis primeros pasos con la nueva prótesis fueron tan difíciles como aprender a caminar, más aún depender de ellos a mis desafiantes 18 años.

El mundo pasó de ser difuso e indiferente a repletar con colores y detalles que a mi parecer no merecían apreciación, todo mi reducido espectro de visión estaba creciendo constantemente, entregándome detalles suculentos de todo a mi alrededor. Cada paso se convierte en una aventura y la suficiencia te entrega nuevos aires de grandeza.

Tomar la micro camino a casa ya no era el castigo de esperar a que esta se detuviera y disimuladamente mirar si se dirigía a donde necesitaba ir, y las posteriores acrobacias al ritmo de la conducción del chofer para encontrar asiento disponible.

Desde entonces mis lentes son mis confidentes de aventuras, ya sea debajo del colchón, encima del velador, bajo la cama o insolentemente insertos en mi cara mientras duermo, ellos forman parte de mi tanto como no esperaba. Hoy, a pesar de llevar mucho tiempo con ellos en mi vida, el vivir con lentes es parte de un estilo de vida y más aún, el ser dueño de prácticas que sólo aquellos que los usan conocen.

Cuatro años con un invitado en mi vida, y ya tenemos una relación tan profunda que nadie podría entender. nuestros caprichos se complementan como uno solo, ellos residen en partes particulares de mi casa, se doblan de una sola forma, les encanta acompañarme y nublar mi visión cuando los traigo en la ducha (acto estúpido que hasta el día de hoy cometo),les encanta tomar riesgos mojándose cuando llueve, así debo cruzar las calles apenas visibles, demuestran mis sigilosos suspiros empañándose (siempre acompañados de enrojecimiento de mejillas), duermen conmigo cuando el cansancio me gana y suelen ser los primeros en romper el hielo cuando se trata de romanticismo. Ya sea chocando con la cara de un conocido, o arrojándose precipitadamente al suelo, captan la atención como nadie en la pista de baile.

A pesar de ello, nada podría compararse con poder bailar en medio de la pista y quitar mis lentes para que no exista nadie más que yo. Aunque sean arrebatados, complicados de usar tienen un sentido especial y me siento desnudo de no ser por ellos.

 A fin de cuentas, vivir con ellos es una experiencia nueva todos los días.

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